Hace rato quería opinar sobre este polémico tema, pero me abstenía porque el riesgo de parecer irrespetuoso o discriminador por decir la verdad era alto. Pero ahora que Martina Navratilova ha hablado de manera enérgica tengo una ventana ideológica para hacerlo.
«El tenis femenino no es para deportistas masculinos fracasados», dijo ella, famosa por ser una de las mejores tenistas de la historia, por manifestar abiertamente que es lesbiana y por utilizar su influencia en favor de la comunidad LGBTIQA+.
Aclaración: esta columna es netamente deportiva; la parte ética de la ideología de género y la diversidad sexual no tiene lugar en esta opinión.
Esa expresión de Navratilova fue una respuesta a una denuncia hecha por Kim Shasby Jones, cofundadora de ICONS (Concejo Independiente sobre Deporte Femenino) y miembro del equipo de tenis de la prestigiosa universidad Stanford, en Estados Unidos.
Esta dirigente se quejó de la participación de atletas transgénero en torneos oficiales de tenis femenino. Su queja parte del caso de Alicia Rowley, quien desde el punto de vista biológico es un hombre porque así nació pero que se autopercibe como mujer. Es la campeona nacional femenina de tenis en Estados Unidos en la categoría de mayores de 55 años.
Ya han pasado varios días desde la denuncia de Shasby, que desató una verdadera polémica en el deporte norteamericano. Por una parte, muchos activistas de la diversidad sexual la atacan por hacer una discriminación que surge, supuestamente, desde su heterosexualidad. Otras personas apoyan su causa, que no es otra que apoyar el deporte de las mujeres.
Por eso ha sido muy llamativo que un ícono del tenis (la disciplina deportiva en cuestión) que es mujer (biológicamente hablando), que es lesbiana (entiéndase, sexualmente diversa) y que utiliza su influencia en favor de esa diversidad haya salido a dar un respaldo tan fuerte a Shasby.
Esa expresión que «el tenis femenino no es para deportistas masculinos fracasados» no la dijo un hombre defendiendo el patriarcado. Tampoco la dijo otra extenista famosa y muy exitosa como Margaret Court, una líder cristiana que defiende los principios de su religión, como cuando se quejó de que «el tenis está lleno de lesbianas» y aseguró que el transgenerismo «es una obra del diablo»… No, lo dijo Navratilova.
Los activistas de la comunidad LGBTIQA+ han ganado mucho terreno en cuando a sus derechos sexuales y civiles, con todas sus derivaciones (derechos familiares, educativos, de salud, laborales, comunicativos, etcétera). Ahora avanzan en sus ¿derechos deportivos?
Por principio básico, los derechos de una persona no deben impedir los de otra. Eso significa que a las personas sexualmente diversas, y de cualquier otro tipo de diversidad, se les deben respetar sus derechos en la medida que no afecten los derechos de otros.
Las mujeres que lo son por naturaleza, de nacimiento, tienen el derecho a practicar deportes en condiciones justas de competencia, y las autoridades deportivas tienen el deber de garantizar dicha justicia.
Evidentemente, al jugar contra personas transgénero están en desventaja. Una persona que haya nacido hombre, aunque se autoperciba mujer, aunque su documentación personal la identifique como mujer, aunque se vista, peine y maquille como mujer, aunque se relacione con otras personas en condición de mujer, desde el punto de vista atlético sigue siendo un hombre por condición biológica incambiable.
A partir de su biología masculina, una deportista transgénero tiene una ventaja deportiva, o mejor dicho, antideportiva, sobre las personas de sexo femenino. Deberían poder jugar o competir juntas de forma recreativa, pero no en el deporte de alto rendimiento.
Esa no es una discusión solamente tenística. El caso más famoso es el Lia Thomas, quien formó parte del equipo de natación de la Universidad de Pennsylvania. Entre 2017 y 2020, cuando se llamaba William, integró el equipo masculino, de acuerdo con su identidad sexual de nacimiento. Entre 2021 y 2022 participó en el equipo femenino cuando cambió oficialmente su identidad de género.
Compitiendo como hombre, Thomas era un nadador del común, sin grandes resultados para destacar. Hizo un tratamiento de reemplazo hormonal, con lo cual perdió masa muscular y carga de testosterona, ajustándose a los parámetros predefinidos por la NCAA (Asociación Nacional de Deporte Universitario) para ser aceptado en competencias femeninas.
En principio sus registros deportivos cayeron, proporcionalmente a la capacidad física de una mujer. Pero eso fue solo mientras su organismo masculino se adaptaba a la carga hormonal antinatural que se le estaba suministrando. Una vez su cuerpo asimiló esa situación, sus tiempos en la piscina volvieron a estar cerca de los valores que lograba cuando competía como hombre.
Esto generó muchas críticas de parte de las otras nadadoras, que se veían derrotadas y perdían oportunidades ante una rival claramente diferente. Finalmente, hace una semana la FINA (Federación Internacional de Natación) tuvo la sensatez de prohibir la participación de mujeres transgénero en competencias femeninas.
Los deportes tienen reglas y árbitros buscando que la competencia sea justa y que el único factor de desequilibrio para que unos ganen y otros pierdan sea el mérito deportivo: la técnica, la estrategia, la disciplina, la concentración, la preparación.
El caso de Thomas muestra que los tratamientos de hormonas podrán servir para ciertos propósitos de las personas transgénero, como su apariencia física, pero no en cuando a la capacidad atlética. Ella y la tenista Alicia Rowley se podrán ver y sentir muy femeninas, pero sus capacidades atléticas siguen siendo las de unos hombres que compiten con una ventaja deportiva injusta contra las mujeres.
Tal vez la solución sea crear competencias deportivas para personas transgénero, y que compitan entre sí. Eso tal vez vulnere su intención de ser públicamente reconocidas y aceptadas como mujeres, pero es la forma de no violentar, deportivamente hablando, a quienes son mujeres por su condición biológica y de proteger la integridad del deporte femenino.