La semana pasada fuimos testigos de cómo los errores arbitrales siguen acabando con el fútbol. A mitad de semana Tobias Stieler nos quitó la oportunidad de ver un gran partido cuando, en una decisión apresurada, expulsó a Remo Freuler por una falta sobre Ferland Mendy, del Real Madrid. El juez alemán condicionó el partido y limitó las opciones ofensivas del Atalanta, pues no tuvo más remedio que defenderse desde el minuto 17. El fin de semana el panorama no cambió cuando el Barcelona fue beneficiado con una opción de gol que inició con una mano de Clément Lenglet y, más tarde, con una tarjeta roja que le fue perdonada a Lionel Messi.
Estos errores condicionaron los resultados finales de los partidos. El primero fue más notorio y causó mayor polémica, pues mostró que el poderío internacional del Real Madrid sigue haciendo que los árbitros se sientan presionados al momento de tomar decisiones. El segundo, que fue en La Liga, ratifica que comúnmente los equipos grandes de España se benefician de las malas decisiones arbitrales.
Con la llegada del VAR se suponía que estas injusticias iban a disminuir ostensiblemente porque los errores arbitrales se podían corregir, pero no ha sido tan así. De hecho, en algunas ligas y torneos el resultado ha sido contrario: se sigue perjudicando a los equipos llamados “chicos”. El árbitro continúa teniendo autonomía para tomar las decisiones, pero eso no excusa a los responsables del VAR para que lo llamen y le ayuden a corregir fallos cuestionables. El espectáculo del fútbol no puede estar en manos de los árbitros y de los equipos grandes que condicionan sus actuaciones.
Una eliminatoria como la del Atalanta contra el Real Madrid, que tenía tanta expectativa, se derrumbó en 17 minutos por una mala decisión arbitral, que le dio ventaja al equipo visitante, que terminó ganando el partido. No sabemos si el resultado hubiese sido diferente si el partido se hubiera jugado con 22 jugadores; lo que sí sabemos es que tuvimos que ver un partido muy diferente al esperado y que el club italiano no pudo desplegar el juego ofensivo al que nos tiene acostumbrados.
El partido Sevilla vs Barcelona no era tan definitivo como una eliminatoria de la Champions League, pero sí daba al equipo ganador la oportunidad de seguir luchando por los puestos de vanguardia en La Liga. No podemos decir que por esos errores arbitrales ganó el Barcelona porque el partido fue muy abierto y estaba para cualquiera de los equipos, pero, sin duda, los dos desaciertos del juez condicionaron el resultado.
¿Entonces cuál es la diferencia en el uso del VAR en otra competición como la Premier League? ¿Por qué los árbitros no se equivocan tanto y no tienen tanto protagonismo en Inglaterra? Las razones son que los jueces son más agiles, evitan entrar en conflicto, dan mayor libertad al juego y no se dejan condicionar por la historia o la riqueza de los equipos. Seguramente cometen errores, pero no tan notorios como los que vimos la semana pasada en Bérgamo y Sevilla.
Personalmente, no me gusta el VAR. Creo que alteró la forma cómo se juega el fútbol; le quitó fluidez y frescura a uno de los deportes más lindos, volviéndolo predecible. No obstante, estaba dispuesto a soportar eso con la idea que se ejerciera justicia, con que los equipos grandes no tuvieran ventaja arbitral sobre los chicos. Pero entonces, ¿qué sentido tiene traer la tecnología para revisar las decisiones de los árbitros, con lo cual se interrumpe un juego que necesita continuidad, si, a la larga, las decisiones siguen estando en manos de esos mismos árbitros equivocados? Si esto es así, diría que el VAR no hace falta porque se siguen cometiendo injusticias en contra del espectáculo, del buen fútbol y, habitualmente, de los equipos con menos poderío económico.
Por el bien del fútbol, que se corrijan estas equivocaciones y que el VAR tenga mayor autonomía para que el juego no siga en manos de los árbitros.