La Superliga europea de clubes murió antes de nacer. Apenas tres días después de que el proyecto fuera anunciado, diez de los doce participantes desistieron de la creación de este polémico torneo, con lo cual es imposible su realización.
Aunque la presión social de los fanáticos del fútbol se hizo sentir en oposición a la Superliga, y eso tuvo mucho eco mediático, la principal razón del fracaso de esta iniciativa fue política. El proyecto se desbarató cuando se retiraron los seis clubes ingleses, la mitad de los participantes. Eso fue gracias al jefe de estado de su país.
Boris Johnson, primer ministro de Gran Bretaña, siendo consciente de que su Gobierno no puede prohibir la participación de clubes ingleses en la Superliga, disuadió a los seis equipos con tres grandes amenazas que sí están dentro de sus posibilidades:
– Dificultar tremendamente la contratación de futbolistas extranjeros, que son claves para la competitividad de los equipos ingleses.
– Instaurar la ley del «Cincuenta más uno», como la que existe en Alemania, obligando a que la mayoría accionaria de los clubes de fútbol pertenezcan a los hinchas. Con esto, los magnates perderían el control absoluto que ejercen sobre sus equipos.
– Establecer un impuesto elevadísimo a la riqueza en el fútbol, aplicable a quienes sean capaces de generar dinero por fuera de las competiciones federadas, como lo hubiera sido la Superliga.
Las amenazas de Johnson, que sí son de su competencia, socavaron los propósitos del Manchester City, Arsenal, Chelsea, Manchester United, Liverpool y Tottenham. Uno a uno anunciaron su retiro de la competencia, y fue un efecto dominó que terminó tumbando a los clubes italianos que iban a participar, el Milan, la Juventus y el Inter de Milán. En España el Atlético de Madrid también se bajó del bus.
Solamente con el Real Madrid y el Barcelona es absolutamente inviable realizar un proyecto que nació muerto porque un político poderoso lo hizo abortar.