Es difícil pensar en un recibimiento más escandaloso para un deportista que cambia de equipo que el ofrecido por París al futbolista argentino Lionel Messi, acaso el de LeBron James al Miami Heat para formar un tridente espectacular junto a Dwayne Wade y Chris Bosh en 2010.
El escándalo ha sido precedido por el montón de estrellas contratadas por el Paris Saint-Germain en la última década. Han sido fichajes rutilantes, especialmente Neymar, rompiendo el mercado con la transferencia más costosa de la historia, 222 millones de euros. Pero ni siquiera aquella adquisición fue tan mentada como esta.
Ni ‘Ney’, ni Mbappé, Ibrahimovic, Cavani, Alves, Icardi, Di María o Navas en el pasado, o Wijnaldum y Ramos en este periodo de pases, han hecho tanto ruido como Messi. Ellos son grandes jugadores, pero no han sido el mejor futbolista del siglo.
Messi es la joya de la corona, el símbolo máximo del poder de los petroeuros llevado al fútbol. La ‘Pulga’ parece una garantía para conquistar la esquiva Champions League, el todo en la ambición de los mecenas árabes y los sedientos hinchas de un equipo históricamente chico en comparación con la majestuosa ciudad que lo acoge.
No por voluntad propia, Messi ha dejado su casa, Barcelona, para llevar su calidad a París. Una foto publicada en Instagram por su esposa antes de que parta el vuelo desde Cataluña hacia Francia muestra verdadera ilusión por un nuevo proyecto, pero esa ilusión es incomparable con la de quienes lo esperan en París.
La ‘Ciudad Luz’ apunta todas sus luminarias hacia la estrella mayor, que llega para que el fútbol de esa pletórica urbe brille en Europa como no ha podido hacerlo hasta ahora.
Los términos del acuerdo ya están resueltos porque la plata no es problema para los cataríes, y los exámenes médicos de rigor serán preludio de una presentación colosal. Las aficionados apostados en el Parque de los Príncipes esperan a su nuevo rey.