El Barcelona, ‘mucho más que un club’, fue la primera etapa, la de la transición en Europa en su camino hacia ‘el Moab’ (la tierra prometida). Nadie en España se comió el cuento de un Dios del tercer mundo, un sudaca, un pobre cabecita negra.
Tampoco Diego, estaba para servirle la sopa a esos ingratos. Un secreto altar, – acorde con su investidura -, construido de pasión e ilusión le esperaba a orillas del Tirreno que prefiguraba al sagrado Jordán, el río de la vida. Allí en Nápoles, donde los clanes de la camorra tienen sus dominios, Maradona fue elevado a los predios de San Genaro, el santo patrono local en fervor, devoción y adoración.
El Dios del fútbol (¡ensalzado seas!) llegó a esa tierra del olvido (el sur de Italia se asemeja a África en su pobreza), atravesando montañas y mares: “con su amor buscando, el amor de un pueblo”.
A esos fieles “tifossis” del Nápoli, Diego Maradona les entregó el perfume de su talento, de su coraje, de su amor propio. Los contagió con su magia. Les hizo recobrar la autoestima colectiva.
Pero fue en el Mundial México 86’, donde Diego el hijo de Dalma Salvadora, alcanzó la cúspide y llevó a la Argentina a la apoteosis del triunfo. Se había cumplido otra de sus profecías: Campeón absoluto del Mundo con su selección. Milagro patente que el Vaticano, seguramente, ya anotó en sus libros de futuras canonizaciones…
Pero, los mismos hombres que habían encumbrado a Maradona hasta el Olimpo celestial, fueron también, los encargados de bajarlo de ese pedestal. Y un día, igual que los miles de días anteriores, el Dios del fútbol, el de la alegría, descendió al infierno, al humano que es el peor de todos, y se dejó tentar por la droga, la soledad, el frío y el vicio. Se rieron de él, lo ridiculizaron, lo humillaron, lo condenaron, lo crucificaron. ‘Me cortaron la piernas’, diría con tristeza. La caja boba, la misma que antes registraba sus triunfos, ahora nos mostraba la otra cara de este Dios imperfecto.
Ciertamente la maleza de este mundo contemporáneo – donde nadie se fía de nadie- poblado de guerras intestinas, de miserias, de hambre, de políticos corruptos, de genocidas, de curas pederastas, de violadores de derechos humanos, de depredadores de la naturaleza, de violencia urbana, (¡perdónalos Diego!) tiene muy poco que reprocharle.
Además, “¿Quién puede juzgar a alguien que se cree Dios?” (Borges).
Diego Maradona, ¡ensalzado seas!