En el alba, rodeado de helechos y palmeras, con la silenciosa luz de la penumbra y entre las tonalidades azuladas de los cielos celestes, amanecí bajo un fresco techo de palma. En medio de la espesa selva, respirando un aire nuevo y limpio, donde mi más pura ilusión se convertía en realidad; las olas despedazándose contra los morros y rugiendo como bestias indomables y peligrosas, infundían el más grande respeto en mí, recordándome la fragilidad humana ante el poder superior y la fuerza de la madre naturaleza. Así comenzaron mis primeras horas en Chocó.
La noche anterior, desvelado por el rugido de las olas salvajes que se destrozaban contra el acantilado, acompañado por el silbido y las sonajas musicales de las especies de la selva, sumada la ansiedad que me producía el saber que al amanecer las anheladas olas me esperaban… me sumergí en las páginas de mi autor favorito. Trataba de conciliar el sueño entre letras y prosa, pero en vano, porque la ansiedad por el oleaje siempre es más grande que el cansancio.
Más tarde, pero temprano en la mañana, después de navegar por treinta minutos hacía mi destino y abrumado por los instantes que se sentían como si uno empezara a existir, entré remando al mar de Cabo Corrientes en Nuquí.
En el momento que toqué el agua, me encomendé consagrado a mis ángeles y le ofrecí mis respetos al océano y a la madre naturaleza. Pasmado de fascinación por la claridad metálica de la superficie del mar y por su profundidad azul, afronté mis ansias de salir por el océano a correr olas.
Sumergido en un espacio de soledad, me transformé en un surfista de nervios inquebrantables. Las olas de respetable tamaño, hasta de 6 metros de alto por cientos de largo, rompían sobre un suelo de rocas que se estremecía por la fuerza desmesurada del océano.
Viviendo mis mejores horas, mientras el bombo de mi corazón marcaba un tempo acelerado, que aumentaba al compás de cada ola que se aproximaba desde el horizonte, cada ola que sumaba un recorrido de cientos de kilómetros por el Pacífico, acumulando energía en su trayecto hasta que sus crestas rompían ante mí. Yo esperaba para dibujarles líneas sobre mi tabla y correrlas con todo mi sentimiento. Me encontré seducido por el hechizo de una fantasía real.
Me comprometí remándole a la primera imponente ola que libremente escogí para surfear como si fuera la última de mi vida; le nadé con todo lo que tenía para alcanzarla, con todas mis fuerzas y con el deseo acumulado de correrla. ‘Surfié’ mi primera ola y nuevamente conecté con Dios. ¡De qué manera!… agradecí inmensurablemente. Mientras mayor sea el tamaño de la cresta y la perfección de su forma, superior es la energía, la satisfacción que produce correrla y la inmensa conexión con lo supremo y celestial.
En el momento que terminé de ‘surfiar’ esa ola, el precio del esfuerzo de la remada y de las horas acumuladas en mi propia historia por arribar al destino soñado, cuatro viajes en avión y cuatro en lancha, hoteles, ahorros, etcétera, para llegar a cumplir mi sueño, se pagaron en el instante. Con la primera pared de agua azul que se levantó abriéndome el camino de la gloria y que recorrí sobre mi tabla anaranjada, un bólido que se conoce como ‘fish’ en el mundo del surf.
A unos cuantos minutos de ‘surfiar’ mis primeras tres olas, entró Alejandro al agua. El único surfista que me acompañaba, una persona de alma espléndida y testigo de la imponente y sublime realidad que nos acogía. Los dos muy atentos, sumergidos en medio de la inmensidad de la fuerza del océano y de la selva, compartimos una épica sesión de 5 horas de surf, en un mar soñado y a la orilla de una jungla despampanante en la que todos los factores naturales se alinearon para premiarnos.
En el entorno los pelícanos o güacos como se les conoce en la zona, planeaban a escasos centímetros de la superficie del agua surfeando las ondas del mar y disfrutando del momento tanto como nosotros. Una inmensa cabeza de tortuga, del tamaño de un balón de microfútbol, se asomó en la superficie, me aproximé a ella con la intención de acariciarla, pero a escasos tres metros se sumergió desvaneciéndose en su hábitat sin despedirse.
Peces de todos los tamaños y colores por todas partes aparecían con frecuencia dejando estelas y alertándonos de que el mar estaba tan vivo como nosotros dos. Cabo Corrientes tiene una fuerza majestuosa, descomunal.
Celebrábamos como niños en el agua de la emoción, con gritos a todo pulmón por la adrenalina producida por las olas que a toda velocidad bajábamos.
Fue una sesión que seguro recordaremos por el resto de nuestras vidas, la del 22 de junio de 2021, como una de olas imponentes e impecables, una de extraordinarios muros de agua azul que se levantaron por el mar y que nos regaló el océano por momentos.
Tenía 46 años la última vez que ‘surfié’ en Cabo Corrientes… han pasado 4 largos años desde entonces. Ha sucedido bastante en mi vida y al contrario, muy poco en este fascinante lugar que se conserva virgen, con el oleaje y el paisaje inverosímil y rocambolesco, naturalmente musical.
Mis conclusiones:
El deseo de conocer o de repetir lo maravilloso de lo natural nunca se debe apagar, mucho menos posponer, jamás se debe postergar.
El paso por el tiempo es muy corto y en un simple instante, de repente, ya no está. A veces ni siquiera sin poder decir adiós, la vida se nos va. ¡Vívanla hoy y vívanla ya!
¡Viajen! Y hagan lo que más les guste, como motor y secreto de la felicidad.
Lo que alimenta el espíritu es lo que se debe hacer, es el mejor incentivo.
La felicidad de los demás también depende de la nuestra. Encuentren el momento para hacer lo que aman.
¡Vuelen alto! Bien alto. Pero eso sí, siempre de la mano del Poder Superior, Él mismo se encargará de pilotear y de aterrizar las fantasías.
Quiero agradecer a Andrés Copella por acercarme a Alejandro Acosta. Y a Alejandro por compartir su proyecto de vida conmigo, por abrirme las puertas de su casa y las de su maravilloso @ecohotelpuntabrava entre la selva, la orilla del mar y el cielo. Un lugar supremamente especial y diferente, que recomiendo por lo divino de lo natural. Un sitio que los alejará de lo cotidiano, de la polución del día a día y de, como bien dice el gran Calamaro, de la ‘suciedad’.
*Para todo lo relacionado con este deporte, me pueden contactar en Cartagena, en: