En el deporte, como en la vida real, hay estratos. Unas disciplinas deportivas tienen más privilegios y garantías que otras. Digamos que a nivel nacional hay dos deportes con características de estrato diez que se llevan toda la atención de la opinión pública: el fútbol y el ciclismo.
Las otras prácticas deportivas están relegadas a un segundo plano, pordebajeadas, y no tengo la intención de aceptar polémica o discusión sobre esta afirmación.
Cubrí deportes en tres periódicos de Colombia, y sus páginas deportivas siempre tuvieron los mejores espacios para el fútbol y el ciclismo. De vez en cuando, cuando los resultados eran superlativos, se destacaban noticias de tenis, levantamiento de pesas (por sus medallas logradas a nivel internacional), patinaje, algunas veces de baloncesto, voleibol o el deporte aficionado. Pero las páginas principales estaban reservadas para las noticias futbolísticas o ciclísticas.
Hoy, en plena pandemia, con el mundo en pausa, la situación de desatención para los “otros” deportes es dolorosa.
Nadie, y digo nadie para señalar a aquellos que tienen influencia en el manejo de la vida nacional, ni siquiera el Ministerio del Deporte, ha salido a buscar soluciones para las ligas deportivas del país, aquellas que incentivan la práctica deportiva en niños y jóvenes; o para las federaciones que son las encargadas de mantener en actividad a los deportistas de alto rendimiento.
La pandemia llegó y se llevó por delante la preparación de los atletas nacionales que estaban cumpliendo su ciclo de acondicionamiento para los Juegos Olímpicos, los campeonatos mundiales o continentales.
Con los escenarios cerrados, el deporte pasó a un estado de hibernación que se pagará caro cuando llegue la hora de que nuestros deportistas deban afrontar sus compromisos internacionales.
Solo los atletas de élite han podido seguir sus rutinas, pero son contados los que han podido mantener su ritmo en escenarios particulares, con entrenadores particulares y con dineros propios. Los otros, los deportistas menos poderosos, han debido dejar su prácticas y resignarse a esperar a que la cuarentena pase, a que el Gobierno autorice la apertura de los escenarios y se acondicionen los protocolos para garantizar la salud de los atletas.
No he oído a ningún periodista preguntando por la preparación de los patinadores, por el ciclo de entrenamiento de los atletas, por los tenistas que tenían posibilidades de participación en los circuitos ATP y WTA (y por supuesto no hablo de Farah y Cabal), o por los pesistas, o por los deportistas paralímpicos.
Solo se oye hablar de Egan Bernal, Nairo Quintana, Fernando Gaviria, Lionel Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar, Lewis Hamilton, el Bayern Múnich, la crisis del Barcelona; y claro, de James Rodríguez y su novela anual.
Los deportistas de acá adentro siguen su vida anónima. Hasta el 15 de marzo Colombia había conseguido 29 cupos para Tokio 2020, pero no sabemos nada de ellos.
Por ejemplo, no sabemos nada de Sebastián Morales, clavadista antioqueño que consiguió el cupo para los Olímpicos de Tokio por haber sido finalista en el Mundial en Corea. Hoy no sabemos que han hecho algunos de esos atletas clasificados, como Sandra Arenas y Sandra Galvis, con cupo para los 20 kilómetros marcha; o Bernardo Baloyes, en 200 metros planos; Juan Rendón, en salto ecuestre; Ana María Rendón, en tiro con arco; o Carlos Izquierdo, en lucha. ¿Qué habrá sido de su preparación, de su ilusión?
No, aquí seguimos pendientes de James, si firma, si se casa, si dice sandeces o si no dice nada…