Por nuestra seguridad, el Capitán Thiriez solicitó escolta en Santa Marta para que nos acompañara, escolta armado… eso se iba poniendo cada vez mejor.
Arribamos en la noche, el Tayrona nos recibió oscuro, pero con el cielo estrellado, el oleaje rugiendo y avisos por todas partes que advertían: «Usted está aquí bajo su propia responsabilidad y seguridad», «playas peligrosas» «corrientes fuertes»… y el que nos terminó de matar, «presencia de tiburones». Mejor dicho, sálvese quien pueda… y clase de camarón en el que se había metido el Señor Thiriez con nosotros.
Al amanecer el sonido del silencio y la hermosura perturbadora del paisaje nos levantó. La intensidad de los colores, verde selva, blanco arena y azul aguamarina, junto con los aromas de la selva y el mar, nos cautivaron por completo. La playa era virgen, nada de ecohabs ni tiendas para turistas. El despampanante contraste de la zona, las heliconias contra el paisaje de la sierra nevada y el poder del mar nos deslumbró.
Llegamos a surfear a Cañaveral y el fuerte oleaje que reventaba en la orilla nos enterraba de cabeza contra la arena. No parábamos de gritar de la emoción y también del susto porque ante cualquier sombra que aparecía en el agua, alguno de nosotros gritaba “¡tiburón, tiburón!”. Lo de los avisos nos había sugestionado, pero nos apretamos los pantalones y nos lanzamos al poderoso mar con coraje y determinación. Mientras tanto, el ‘Lobo de Mar’ Thiriez, con su camiseta de rayas azules (tipo marinero), desde su silla plegable sobre la playa, contaba cabezas asegurándose que no le faltara ninguno.
Madre solo hay una, y marino y padre, como Eric Thiriez, también. Gracias mami y especialmente gracias a Eric por llevarnos de la mano en semejante aventura, junto con sus hijos Emmanuel y Gilbert, ambos caballeros del mar y de la vida, como usted señor. Mi más profundo respeto y admiración.
Donde el azul del mar se entrelaza con el del cielo, las almas de mi madre y del capitán Thiriez descansan en paz. Nadando, bailando y cantando se regocijan repletas de amor por haber sembrado en nosotros la semillas de la ilusión, del sueño y de la realización. A través de la mirada azul del Capitán y de la mirada verde de mi madre, entre el mar y la selva, la inmortalidad de sus enseñanzas por siempre en el corazón y en los divinos paisajes de Dios.