Hoy quiero hablar de un personaje, o de los personajes, que creó Quino, a quien el destino decidió llevarse en época de pandemia como si quisiera recordarnos, como decía su hija más famosa Mafalda, que se va su padre cuando el mundo está enfermo y parece que ya ni una cura es suficiente. Mafalda, su familia, Miguelito, Felipe, Susanita, Manolito y Libertad, fueron protagonistas de tertulias interminables llenas de risas y reflexiones. Tenían un puesto en la sala de mi casa y, para ser más sincera, eran una compañía permanente en el baño.
En una familia tan numerosa, leer en el baño era un placer y la hija de Quino era invitada de honor al ‘trono’ familiar, cuando no había celulares y uno de los mejores lugares para leer era el baño. Hoy, cuando ya crecimos y que cada uno tiene su posición política bien definida, me pregunto: ¿qué pensaría esta pequeña de zapatos de correa y moño -que parecía tierna, pero que era un huracán a la hora de lanzar sus palabras lejanas a las de una niña de su edad- de lo que significaba para una familia tan conservadora pero liberal al mismo tiempo? ¿era consiente de la fuerza de sus palabras y reflexiones? No hay palabras para describir la tristeza que sentí el día supe que Quino había dejado de pintar a Mafalda hace mucho tiempo. Ese día dejó de ser Quino, para ser Joaquín Lavado. Ya no era mi héroe, ahora era el creador de mi caricatura favorita de todos los tiempos. Con el tiempo leí el porqué lo había hecho e hicimos las paces. Hoy despido a Quino, mi héroe, porque sólo una mente grande puede crear este personaje y dejarlo ir cuando sabe que ya no puede ser mejor. Para algunos será una bobada, pero para mí Mafalda fue mi compañera fiel de los 10 a los 18 años.
En muchos momentos de mi vida me he sentido identificada con los personajes de Mafalda. Alguna vez fui la Susanita, enamorada y comunicativa, y también muchas veces me sentí inocente como Manolito. Por ser la menor de 8, fui muchas veces Guille, el lugar donde se terminaban las órdenes de la casa y por tanto terminaba haciendo la tarea que nadie más quería hacer. ¿Quién de adulto no suspira por las deudas como el papá de Mafalda y sabe que la sección de deudas ‘está en la tercera nube a la derecha?’. También como Libertad, a pesar de mi tamaño, sentía que podía cambiar el mundo con mis pensamientos e ideales. Pero definitivamente Felipe era o es mi alter ego. Los dos somos elevados, idealistas y llenos de esperanza. Regular alumno, en muchas cosas le falta voluntad, pero un gran amigo. Por eso era el mejor amigo de Mafalda, porque se entendían, se respetaban y se complementaban.
Mafalda era un alma vieja, analítica, revolucionaria, inconforme. Ahora que vivimos en un mundo de locos me gustaría tener más de ella y estar rodeada de más Mafaldas, de más Susanitas, de más Libertades, de más Manolitos y de más Felipes, para creer en un mundo mejor lleno de amor, esperanza e imaginación.
Hice un recuento de siete frases de Mafalda que no quiero que se olviden. No fue fácil escoger siete pero espero que esta selección la comparta como yo:
“¿De qué sirve la riqueza en los bolsillos, si hay pobreza en la cabeza?”.
“¿No sería hermoso el mundo si las bibliotecas fuesen más importantes que los bancos?”.
“Trabajar para ganarse la vida, ¿pero por qué esa vida que uno se gana tiene que desperdiciarla en trabajar para ganarse la vida?”.
“Al final ¿cómo es el asunto? ¿Uno va llevando su vida adelante, o la vida se lo lleva por delante a uno?”.
“¿No sería más progresista preguntar dónde vamos a seguir, en vez de dónde vamos a parar?”.
“De vez en cuando conviene sacar a pasear un poco el instinto”.
“Lo ideal sería tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho. Así pensaríamos con amor y amaríamos con sabiduría”.
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