Quien lucha por sus ideales y por un bien común, así le toque navegar através de océanos furiosos y tempestades tormentosas, arriba a su destino con mucha satisfacción, conquistando sueños, alcanzando paz y saboreando el triunfo, como un verdadero campeón de la vida. Este precisamente es el caso de Fernando, una persona que no desistió de sus sueños y a los de un océano de surfistas, de deportistas profesionales y de amantes del mar, quienes le apuestan a una carrera y a un modo de vida sobre las olas.
Fernando ha nadado con determinacion y fe através de los océanos del mundo, sin permitir que las emociones le hicieran perder el control, así como se le nada a las olas más tenaces, con convicción. Más bien, sus emociones, producidas por la energía y la fuerza del mar, han sido su gran motivación, su gestion ha sido intachable, fenomenal.
Por muchos años, en especial a comienzos de la historia del surf moderno (desde mediados de los años 50) se estigmatizó este deporte como uno folclórico y de vagos de la playa. Tengan la absoluta certeza que meterse al mar y remarle a una ola hasta alcanzarla con coraje para trazarle líneas naturales a través de sus formas, de pie por el mar, sobre una tabla, no tiene nada de vago; más bien tiene mucho de valentía y de entereza. También tiene mucho de arte, porque surfear es un arte, es la danza natural entre el hombre y la ola, la conexión de la persona con la fuerza del poder superior a través de la energía del océano. Todas las olas son distintas y el baile con las formas del mar no para de descrestar, el ritmo cambia al compás del oleaje; y nunca deja de ser supremamente interesante para quienes lo practican y lo admiran.
Fernando se ha encargado de llevar el surf a otro nivel, de ponerlo en un pedestal, a la altura de la alcurnia de las disciplinas deportivas. Lo llevó al templo de las olimpiadas. El señor Aguerre es el embajador del surf mundial por excelencia y se ha ganado este título como un diplomático impecable y un ser humano ejemplar.