Hay decisiones de los jueces deportivos que son injustas, y casi siempre se presume de su buena fe y se piensa que hubo un error honesto. Pero hay otras veces en las cuales la equivocación es tan grande, tan evidente, que parece ingenuo creer que sí fue, en realidad, una equivocación.
Los amantes del deporte colombiano recordamos el robo monumental al boxeador Yuberjen Martínez en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. En los cuartos de final fue absolutamente superior al japonés Ryomei Tanaka, pero los jueces dieron ganador al pugilista local. La paliza del ‘Tremendo’ fue tan contundente que su rival tuvo que salir del coliseo con atención médica y en silla de ruedas.
Como ese episodio fue reciente, todavía se recuerda con indignación. Ese mismo sentimiento lo tuvo el país en las justas de Seúl 1988 por Jorge Eliécer Julio Rocha, otro boxeador al que robaron descaradamente.
Él nació en San Onofre, Sucre, pero se radicó en Barranquilla, donde empezó a ganarse la vida vendiendo pescado. Cuando empezó a dedicarse al boxeo cambió de trabajo y se puso de celador. Para huirle a la pobreza quería convertirse en pugilista profesional, pero le convenía hacer el tránsito por la rama aficionada para estar las Olimpiadas y ganar prestigio.
Con apenas 19 años llegó a la capital de la República de Corea sin muchas expectativas del Comité Olímpico Colombiano. La mayor esperanza de medalla para esa entidad estaba en el tiro deportivo con Bernardo Tovar, quien terminaría siendo sexto en pistola neumática.
El camino a la medalla
Combatiente en la categoría gallo, empezó a llamar poderosamente la atención con su primera pelea porque le ganó de forma contundente al filipino Michael Hormillosa. El réferi tuvo que detener la pelea luego de un duro puñetazo de Julio en la cabeza del rival.
En segunda ronda derrotó al puertorriqueño Felipe Nieves por decisión unánime. Ese mismo día hubo una tremenda polémica porque el búlgaro Alexandar Hristov venció inmerecidamente al surcoreanoByun Jung-il. El revuelo fue enorme porque la víctima de aquella decisión era un competidor local. Se formó una batalla campal iniciada por el entrenador asiático y continuada por una turba enardecida contra el réferi Keith Walker. Byun se rehúso a dejar el cuadrilátero, donde estuvo sentado por más de una hora como protesta.
El siguiente desafío era grande porque se enfrentaba a René Breitdarth, de Alemania del Este, subcampeón mundial. Lo superó por decisión dividida, 4-1, y se le abrió el cuadro en cuartos de final.
Otra victoria le aseguraría la medalla porque en el boxeo aficionado los cuatro semifinalistas suben al podio; se entregan dos medallas de bronce. Su siguiente rival fue el japonés Katsuyuki Matsushima, y lo derrotó con relativa facilidad por decisión unánime.
Colombia no tenía muchas expectativas en esas justas, y por eso no se transmitieron los Juegos Olímpicos por televisión; eran otras épocas. Pero la alegría por la gesta del humilde celador costeño de 19 años causó tanta emoción que el presidente de la República, Virgilio Barco, gestionó desde México la imagen en directo de esa pelea en semifinales. Era jueves por la mañana en Seúl, miércoles por la noche en Colombia, en horario estelar.
El robo
El rival era Hristov, aquel búlgaro extrañamente favorecido en segunda ronda ante el surcoreano Byun. En una época en la que los tentáculos de las mafias soviéticas ensuciaban el deporte, se miraba con mucha suspicacia el trabajo de los jueces. Julio subió a cuadrilátero muy prevenido ante un eventual fraude.
El colombiano sabía que para ganar necesitaba imponerse con mucha contundencia para que no hubiera lugar a dudas que favorecieran misteriosamente a su oponente. El inicio de la pelea fue favorable a Julio, quien estuvo cerca de tumbar al europeo, quien en la parte intermedia logró un combate más parejo. Pero en el final el colombiano lo molió a golpes con depurada técnica.
Era una victoria clarísima para el sucreño. De manera insólita, tres de los cinco jueces dieron por ganador a Hristov, quien no se lo creía. El público, que tenía muy pocos colombianos, solo los de la delegación oficial, repudió la decisión amañada, al igual que la prensa deportiva internacional.
Aquella medalla de Jorge Julio fue la única de Colombia en Seúl, la cuarta en la historia olímpica del país. Fue la estrella del Comité Olímpico Internacional, que antes lo menospreciaba, y fue tratado como héroe nacional. Dio el salto al profesionalismo, salió de la pobreza y fue bicampeón mundial.
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