El 6 de marzo, Gabriel García Márquez cumpliría 94 años de edad. El escritor más grande que ha dado Colombia y buena parte del mundo, a quien le debemos la creación de Macondo. Por eso, le rindo homenaje a través de este escrito que espero les guste.
Momento de confesar de qué equipo soy hincha. No era un secreto, era un problema de interpretación de sueños. Una noche con dificultades para conciliar los pensamientos y apagar la conciencia, llegué a preguntarme hasta por los nombres de los equipos nuevos. Jaguares, Águilas, Leones, son equipos de creación reciente con nombres viejos. ¿Será que se secó el manantial para bautizar clubes de fútbol y estamos destinados a repetir o a domesticar las fieras para nombrar las escuadras? Luego algo me llevó a César Vallejo, el equipo inspirado por una universidad que lleva el nombre de un gran escritor peruano. Vallejo, modernista, vanguardista, revolucionario, con un lenguaje poético, forzaba la sintaxis y, la estructura del español sentía un remezón cuando se sentaba a escribir, bueno, eso decían los críticos literarios. Cuando uno llega a los críticos literarios a altas horas de la noche se le duerme hasta el insomnio.
Conducía un auto que se quedaba sin combustible, sin angustiarme me orillo en la carretera. Un golpe de calor me recibe al bajar del carro que no es el mío, veo que, sobre la margen derecha, matorrales tupidos entre árboles tapan la visibilidad, a la izquierda hay un extensa llanura sin nada que se mueva. Regreso mi vista sobre el lado diestro y descubro una pequeña entrada formada por la misma maleza. El instinto me lleva a ella y cuando me interno, luego de caminar unos diez metros, un tanganazo estremeció mi ser.
Ruido, calor asfixiante, miles de personas y al fondo una monumental estructura que dominaba el paisaje y parecía ser la culpable de todo. Luego de intentar asimilar lo que mi vista daba crédito, pude balbucear una pregunta, ¿qué pasa aquí? Con un acento muy marcado me contestó un hombre con una cruz en la frente –Juega el Pescaíto-.
Era una especie de feria de pueblo, el camino hacía la edificación estaba bordeado por mesas de fritanga y cerveza, mostradores de tiro al blanco, consultorios portátiles para adivinar el porvenir e interpretar los sueños. Los gritos de vendedores de bebidas para combatir el ardiente calor se confundían con propuestas de mujeres inverosímiles capacitadas para relajar a los supuestos tensionados por el inminente espectáculo que los convocaba. Decían con labios muy rojos que sus ungüentos y dispositivos eran capaces de estimular inermes, despabilar a los tímidos, saciar a los voraces, exaltar a los modestos, escarmentar a los múltiples y corregir a los solitarios.
Sin deparar en las ofertas, seguí sin dominar mi voluntad hacia el final del sendero, unos tambores sonaban en el fondo y marcaban el ritmo de todo lo que se movía, de a poco empecé a sentir que la escena la dominaba un acordeón. Lo manipulaba con sabiduría lenta un anciano, había un cartel donde se podía leer, “Francisco, el Hombre que fue capaz de derrotar al diablo en un duelo de improvisación de cantos”. Más abajo había una posdata, “Este aviso no se escribe por vanidad, es por si vuelve un brote de la peste del insomnio”.
Francisco “El Hombre” divulgaba las noticias del espectáculo, sus canciones informaban las alineaciones, afinaba versos con los nombres de los competidores, dedicaba estrofas a partidos pasados y se animaba a vaticinar el posible resultado o el fin de la maldición. Los apostadores escuchaban y luego su boleta, en una pequeña ventanilla, era sellada por unas manos que parecían ser sólo los brazos de la Divina Providencia.
Ya estoy muy cerca de lo que confirmé es un estadio. Era como un sombrero ‘vueltiao’ gigante, de concreto y puesto en la tierra sobre la copa, sus alas, que servían de tribunas, tenían las ondas que con el tiempo se le forman al sombrero. A la entrada atiné a leer que el estadio se había construido con los principios con los que José Arcadio Buendía había fundado el pueblo. La mega construcción fue diseñada de manera tal que desde cada ubicación, el espectador estaba a la misma distancia de la salida y del baño más cercano; las ondas fueron trazadas con tan buen sentido que ningún aficionado recibe más sol que otro a la hora del calor, además la brisa era democrática, entraba y se distribuía por el escenario para refrescar a todos por igual.