A 70 años del ‘Maracanazo’, Joshua Green nos recuerda.

El gol que determinó la vida de dos personas

Hace 5 años supe de la muerte de Alcides Ghiggia, y de inmediato vino a mi mente la fecha de la final de Brasil 1950. El deceso de este héroe uruguayo, último de los sobrevivientes del famoso “Maracanazo”, sucedió exactamente 65 años después, un 16 de julio, y, por lo que vi, más o menos a la misma hora en que el veloz número siete anotaba el gol que marcó a dos países… y a dos hombres.

Uno de ellos fue Alcides, que partió de este mundo tras vivir de la gloria obtenida por una jugada ocurrida hace 70 años. Uruguay y el resto del mundo le brindaron tributo. Su muerte fue tema de jefes de estado y de grandes futbolistas de la actualidad, fue noticia mundial.

La otra vida que marcó el gol de Ghiggia fue la de Moacir Barbosa, el arquero que intuyó que el uruguayo iba a tirar un centro como el que había determinado el empate ‘charrúa’ minutos antes. Él murió y de su marcha se supo unos días después. A su funeral no fueron más de 50 personas y soportó por más de 50 años el desprecio de todo un país.

“Fue un disparo disfrazado de centro. Creía que Ghiggia iba a centrar, como en el primer gol. Tuve que volver. Llegué a tocarla y creí que la había desviado a córner. Cuando escuché el silencio del estadio, me armé de coraje y miré para atrás. Ahí estaba la pelota”: Barbosa

Alcides Ghiggia (Uruguay) y Moacir Barbosa (Brasil). Los protagonistas de esta gran historia surgida del 'Maracanazo'.

Yo tengo dos posiciones diferentes: ni Ghiggia fue el agente determinante de la victoria ‘celeste’ ni Barbosa fue el gran culpable del “Maracanazo”.

Tampoco considero que Obdulio ‘el Negro’ Varela, famoso capitán ‘charrúa’, haya sido el elemento más significativo del triunfo uruguayo por su liderazgo y manejo de actos simbólicos, un tema del cual hablaré más adelante. Mi teoría se centra en un desconocido, por lo menos para las generaciones actuales.

Juan López es el hombre, y no jugó; fue el técnico ganador. Poco se habla de él porque dirigió en una época en la que el entrenador era muy poco influyente si se compara con la actualidad.

Uruguay tenía un sistema obsoleto; repetía la fórmula con la que Italia fue bicampeona del mundo cuando era dirigida por Vittorio Pozzo antes de la Segunda Guerra Mundial. Pero una cosa es estar desactualizado y otra es ser tonto. El entrenador se dio cuenta de que Suiza había complicado a Brasil e imitó su dibujo táctico. Hizo una de catenaccio. En realidad, fue muy parecido a lo que se impondría quince años después. Dos defensores cuidarían al goleador Ademir, los mediocampistas laterales se retrasaron y se batieron en duelo ante los wines, y Varela, con dos medios más, iba a detener a los creadores del equipo local.

No fue fácil hacer funcionar este sistema. El apoyo de los doscientos mil aficionados en el estadio -dijeron oficialmente que hubo 173.850 personas- impulsó a Brasil, que, pese a jugar mejor, no plasmó su superioridad en el marcador al término del primer tiempo. A los 28 minutos, Varela -recuerdo que yo mismo vi el golpe- le metió un manotazo a Bigode, el defensor que tenía que marcar a Ghiggia, quien atacaba por el costado derecho, la zona fuerte de Uruguay. Luego la prensa brasileña llamó cobarde a Bigode, quien se quedó con esa fama. Supuestamente, la agresión de Varela sacó del partido al defensor.

Brasil se fue adelante empezando la parte complementaria y todo parecía definido. Se habla del soporte que fue Obdulio Varela para sus compañeros cuando tomó la pelota de entre las redes. Este fue un símbolo dentro del campo, pero protagonizó uno que fue más significativo antes del partido. El ‘negro’ había visto que el periódico “O Mundo” había titulado “Estos son los campeones del mundo”, con la foto de la Selección Brasileña. Entonces compró todos los ejemplares que pudo, los llevo al hotel, los puso en el piso de un baño donde había reunido a otros jugadores uruguayos y, junto con ellos, los orinó encima. Esta anécdota está consignada en uno de muchos libros que se han escrito de este partido.

El técnico López supo aprovechar las averías defensivas de la ‘Canarinha’ por la zona izquierda. Por ahí llegó el centro del gol del empate y por ahí apareció Ghiggia para silenciar a los doscientos mil espectadores que vieron cómo el uruguayo se salió del control de los defensores Danilo y Bigode.

 

“Sólo tres personas han conseguido silenciar el Maracaná: El Papa, Frank Sinatra y yo”: Ghiggia.

Brasil, que se independizó de Portugal sin guerras, no había sufrido grandes problemas en su historia y por eso este golpe fue una tragedia de proporciones inverosímiles. “Nuestra catástrofe, nuestra Hiroshima”, afirmó Nelson Rodríguez. Suena a exageración, pero, por lo que vi esa noche, Brasil perdió mucho más que un título del mundo.

A mí me golpeó muy fuerte. Mi madre nació en Brasil y su familia la agarró contra Barbosa. A Bigode y Juvenal también les daban garrotazos. Curiosamente, eran los únicos tres negros de la Selección. Pero al que se le acabó la vida fue a Barbosa. Murió pobre, viviendo con familiares, dependiendo de una miserable pensión y en el olvido. Aunque tuvo responsabilidad en el segundo gol, el mismo Ghiggia afirmó que “la culpa no fue de Barbosa. A esa pelota la hizo entrar el destino”. Trece años después, el arquero quiso exorcizarse quemando los palos del arco del Maracaná, pero su asado con la leña maldita no funcionó; lo siguieron culpando.

Pocos responsabilizaron a la prensa por haber creado un ambiente tan triunfalista y al gobernador del Estado de Río de Janeiro, quien antes del partido leyó muy convencido: “Ustedes, jugadores que en un par de horas serán aclamados como campeones por millones de compatriotas…”. Brasil era superior, pero se confió en exceso y por eso perdió. También fueron pocos los que culparon al técnico Flavio Costa, que cambió el sistema táctico en pleno mundial.

Así es recordado Alcides Ghiggia, como héroe del 'Maracanazo'.
Moacir Barbosa.

Era más fácil echarle la culpa al arquero negro, al hombre que murió dos veces, una cuando dejó este mundo y otra cuando Alcides Ghiggia le marcó el gol más dramático en la historia del fútbol. Ese día Moacir Barbosa dejó de vivir para soportar una desgracia perpetua.

“En Brasil, la mayor pena que establece la ley es de treinta años de cárcel. Hace casi cincuenta años que yo pago por un crimen que no cometí; sigo encarcelado. La gente todavía dice que soy el culpable”: Barbosa

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