Empezando a vivir las motos

Por Rodrigo Sánchez – @GoguiOficial

Instructor profesional en Técnicas para Motociclismo

Siempre quise saber cómo nacieron las motos, y fue mucho antes de que yo naciera; así que empecemos, para ver si terminamos este año amándolas más…

Empecé a interesarme por ellas en Cartagena cuando cumplía mis quince años. A primera vista me gustaron. “Sí que son interesantes”, pensé, “y tienen la atención de la mayoría de personas de mi edad, pero también de los casados y los separados, ¿por qué será?”

Seguí pensando que era muy joven para saberlo. Pero eso me causó más interés, y aunque en mi casa no se hablaba de ellas y no dejaban que yo las fuera a visitar, tendría que arriesgarme para salir de la duda. Pensaba, y es que no me estaba dejando dormir por las noches, sobre todo cuando las escuchaba pasar por mi cuadra, que su sonido era fascinante. Sentía que eran únicas.

Al día siguiente era sábado, y dije: “voy a preguntarle al pelado que las alquila”. Particularmente, siempre lo vi con una sonrisa cuando las prendía; después arrancaba y volvía a los cinco minutos. Luego de darle una vuelta a la cuadra llegaba como hipnotizado. Las aceleraba y las apagaba para luego prender la siguiente, y repetía con todas lo mismo.

Panorámica del atardecer de Cartagena de Indias desde el Centro amurallado hacia Bocagrande.

Ese día me levanté más temprano, ya que me enfrentaría a saber más de ellas. Tengo miedo porque se volvió un tabú para mí, y les sigo teniendo mucho respeto. Se convirtió en un reto el comprender lo que muchos decían. “Ellas te vuelven loco, porque cuando te montas, ya no te quieres bajar”. Escuché eso de un grupo de mensajeros que trabajan en la tienda de abarrotes de la esquina.

Mis primos de seis años solo hacían “run-run, run-run” cuando jugaban con ellas. Katherine y Sofi, que eran mis vecinas y empezaban en esa época a ir a la universidad, tenían sus novios motociclistas, y siempre las veía muy contentas. Pensaba cómo me vería yo. Pero recuerdo que mi estatura era 1.58, y me preguntaba cómo haré para mantener el equilibrio: “se ven muy pesadas”. Ya me acobardé y no fui a ver las FZ 50 de Suzuki o las Tommy 50 Yamaha.

Aún extraño la brisa y el mar de la 'Heroica', lugar en el que aprendí a amar las motocicletas.

Era el año 1988 en la ciudad heroica, el principal destino turístico de Colombia en esa época. Desde pequeño me fui a vivir allá con mi familia. Por la salud de mi papá, que tenía problemas cardiacos, vivir al nivel del mar fue la recomendación de varios médicos. Además, mis padres pasaban vacaciones en Cartagena, antes de yo nacer.

Mi amigo Unai, que llegó de Bogotá en diciembre de 1989 para pasar vacaciones, fue el que terminó convenciéndome de montar en moto. Él quería pasear por la zona turística, y con ese calor que hacía en la Costa Caribe, me dijo que en moto era una berraquera y que él me enseñaba. Esa fue mi primera vez. Alquilamos dos FZ y durante una hora aprendí la parte mecánica; la siguiente, cómo sostenerla apagada, montarme, bajarme y conocer su funcionamiento.

Ya con el casco y los guantes puestos, me di cuenta de que cambiaba la manera de sentir el timón y los frenos. ¡Cuánta sensibilidad se perdía por la ropa de protección! Practicando cinco días, frenando, acelerando y volviendo a frenar, adquirí control y equilibrio para poder levantar los pies con seguridad de que la moto no se movería para los lados y perdería el rumbo. Sentir las curvas en la pista de práctica me asustaba, hasta que puse mi mirada en el rumbo y dejé que la moto fuera hacia donde yo miraba.

Así fue como, después de una semana de prácticas y de realizar el examen, ya tenía la autorización del centro de alquiler para manejarla yo solo. Entonces nos fuimos desde Bocagrande al Laguito, Castillogrande, y por la Bahía llegamos a la entrada de la base naval antes del centro amurallado, donde era el límite permitido para andar en estas motos. Nos devolvimos, pero dimos 50 vueltas iguales antes de terminar nuestra hora de alquiler quedando medio tanque de gasolina.

La otra semana les cuento cómo me fue en mi casa contándoles a mis papás de mi gran hazaña.    

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